Sesión Solemne Aniversaria del 23/05/2015

Orden del día

1.      Himno Nacional de Venezuela, interpreta Prof. Martha Medina
2.    Palabras del Presidente, Individuo de Número, Lic. José Ernesto Becerra
3.    Toma de Juramento por parte del Presidente a los nuevos Miembros Cronistas Richard Edixon Medina Zambrano, Cronista de Lobatera y Asdrúbal José Millán González Cronista de La Grita, Imposición del Botón (Tesorera de la Academia) y entrega de Credencial (Vicepresidente), a los nuevos miembros
4.    Discurso de Orden a cargo del Miembro Correspondiente Dr. Manuel Carrero
5.     Clausura del Acto, Individuo de Número, Lic. José Ernesto Becerra Golindano
6.    Himno del Estado Táchira, interpreta Prof. Martha Medina


Palabras de apertura del Licenciado José Ernesto Becerra Golindano, Presidente de la Academia de Historia del Táchira, en la Sesión Solemne Aniversaria del 23/5/15

La Academia de Historia del Táchira les agradece en el más alto grado el amable gesto de acompañarnos en este aniversario vigésimo cuarto, fecha en la que también evocamos la institución genitora: El Centro de Historia del Táchira establecido en octubre de 1942.
Me permito en este momento compartir con ustedes algunos aspectos de nuestra vida académica, vida dedicada al Táchira, a su historia y a su gente, y por supuesto a su futuro, que debe ser un mejor futuro. La Academia mantiene invariable su ritmo de sesiones mensuales y participa en diferentes escenarios de la vida institucional del estado
La oportunidad requiere explicar la ausencia de 2 de nuestros Individuos de Número, sempiternos asistentes de la fecha e imagen de la Institución como grandes investigadores y prolíficos autores de libros de historia. El Dr. José Joaquín Villamizar Molina, Cronista Emérito de San Cristóbal quien se encuentra en Valle de la Pascua, en casa de su hija y su familia, recuperándose de algunos quebrantos de salud, y el Dr. Luís Hernández Contreras, quien está de reposo en su residencia de esta querida San Cristóbal, recuperándose de una lesión en un pié.
Señalamos también que el recién admitido Miembro Correspondiente Ingeniero Gerardo Suárez Escalante, quien se encontraba visitando San Cristóbal con la intención de asistir a esta Sesión Solemne, sufre la inmensa tristeza que le ocasiona la muerte de su madre, la honorable y centenaria matrona Doña Hercilia Escalante Velandia de Suárez, acaecida antenoche. Expresamos nuestra solidaridad a nuestro hermano y a toda su familia.
Enviamos un saludo muy especial a los Miembros de Número y demás integrantes de la Academia de Historia de Norte de Santander, en Cúcuta, Colombia, quienes no han podido enviar su representación debido a las dificultades de tránsito fronterizo. Igualmente saludamos a las instituciones hermanas con quienes tenemos convenios de reciprocidad desde hace una década, establecidos en la gestión del Dr. Pascual Mora García, la Academia de Historia del Zulia y la Academia Boyacense de la Historia en Tunja, Colombia. El saludo también se extiende a las Academias de Historia de Santander, Mompox, Ocaña, Pamplona y a la Academia de Mérida.
Apreciamos además, y lo expresamos con la mayor efusión, la presencia del Dr. Manuel Carrero, Miembro Correspondiente de esta Academia, quien ha hecho el esfuerzo en estos tiempos complicados de trasladarse a su tierra natal desde la Capital de la República para pronunciar el Discurso de Orden.
Saludamos con afecto la presencia de los estudiantes de 4º año de la Licenciatura en Educación, Mención Ciencias Sociales de la Universidad Católica del Táchira, quienes han tenido entre sus profesores a varios Individuos de Número de nuestra Institución entre los cuales me cuento, y quienes conforman la Comisión Organizadora del Centro de Historia “Dr. Ramón J. Velásquez” de la UCAT, el cual debe quedar establecido en el mes de junio próximo. Bienvenidos!
Recibimos con respeto y alegría a la vez a los representantes de las Instituciones hermanas que nos honran con su presencia: Sociedad Bolivariana del Táchira, Colegio de Médicos del Táchira, Asociación de Cronistas del Táchira, Museo del Táchira, Biblioteca de autores y temas tachirenses, Profesores de ULA y UCAT.

Destacamos la presencia de los dos nuevos Miembros Cronistas de la Academia que hoy se incorporan y juran. Los profesores Richard Edixson Medina Zambrano, Cronista de Lobatera, y Asdrúbal José Millán González, Cronista de La Grita, a quienes ofrecemos los lazos de fraternidad que imperan en la Academia.
Anunciamos la próxima publicación de tres importantes obras en formato electrónico o virtual. En la primera quincena de junio debe bautizarse el libro Sacerdote, coedición del Archivo Arquidiocesano de Mérida y la Academia de Historia del Táchira, escrito por la Licenciada Lucrecia Gómez y el Dr. Ramón Ernesto González Escorihuela, este último Individuo de Número de la Academia, y que es una Biografía Entrevista de Monseñor Raúl Méndez Moncada, Decano de esta Academia, por la calidad extraordinaria del personaje resulta innecesario agregar mas. Algunas semanas después aparecerá la Historia de la Música Tachirense, escrita por el Académico Dr. Luís Hernández Contreras, con el altruista patrocinio del Ing.  Luís Fernando Moreno Arias, esta obra marcará un hito en uno de nuestros más preciados patrimonios, la cultura musical. La Institución saluda esta nueva obra de nuestro acucioso investigador cuya producción de alta factura ya se cuenta en decenas. Finalmente informamos la cercana reaparición del Boletín de la Academia de Historia del Táchira, con la inteligente coordinación de los Doctores Roberto Esteban Avendaño, Felipe Guerrero y Edgar Sánchez, y con un original mecanismo de financiamiento diseñado por el Dr. Avendaño. Para la Academia constituye un logro de la mayor importancia lograr vencer los obstáculos materiales que impedían la salida de nuestro Boletín.
Hace casi 49 años, el 5 de julio de 1966, leyendo en el Salón de Lectura  su Ensayo Psicología Tachirense y Desarrollo, el Dr. Antonio Pérez Vivas cerraba sus palabras con unos votos que hoy cito como cierre de esta intervención de apertura, intentando describir el espíritu tachirense, uno de los motores que mueven a la Academia de Historia del Táchira. Cito: “Que los tachirenses nos resolvamos a llevar adelante designios definidos, a adoptar decisiones propias y maduras, y a conducir a su término las medidas aptas para realizar esos designios.
Que nuestro pueblo altivo, digno, nacionalista, reflexivo, inteligente, laborioso y tenaz, ávido de cultura y de grandeza, se yerga unido como nunca lo estuvo antes, sin jactancias ni temores, en el propósito de superarse integralmente, comprender a los demás pueblos hermanos y hacerse entender, respetar y amar”.

Señoras y señores


Discurso de orden, Dr. Manuel Carrero (Pendiente)
 PRESIDENTE  GENERAL  CIPRIANO  CASTRO,
ENTRE  LA DEUDA  Y  LA ANARQUÍA: LA PAZ  NACIONAL


Prof. Manuel E. Carrero
23 de mayo 2015

Respetadas señoras y señores, Individuos de Número y Miembros Correspondientes de nuestra Academia de Historia del Táchira. Reciban mi sincero agradecimiento por la gentileza al invitarme a conmemorar y celebrar la efeméride magnifica del 23 de mayo de tanta importanciaen nuestros anales históricos regionales.
Cuando la doctora Yariesa Lugo Marmignon me informó sobre la invitación, y después me la confirmó el doctor Ramón González Escorihuela-amigos desde los años cuando cursamos estudios de postgrado en la Universidad Santa María, bajo la dirección de nuestro Maestro Federico Brito Figueroa-, para estar en esta ocasión tan significativa en nuestro Táchira querido, me pregunté cuáles cosas nuevas, interesantes e importantes se podían decir del General Cipriano Castro yla Revolución Liberal Restauradora en funciones de gobierno, sobre todo para que mi participación no fuera una simple formalidad recordatoria. Esto lo pensé suficientemente.
Puedo decir con responsabilidadque aún queda bastante por conocer acerca de la arquitectura político-administrativa venezolana iniciada por los tachirenses durante los años de la RestauraciónLiberal, lo cual tiene una significación especial para nosotros andinos y tachirenses, porque a casi un siglo de vida independiente que contábamoscuando la Restauradora llegó al poder, y más de ochenta años de ser gobernada por venezolanos, los Presidentes de la República habían sido centro-llanero-orientales,y el inventario de ese siglo no era el más halagüeño en el campo de la administración pública y lapaz nacional.
En nuestros papeles oficiosos y administrativos, en periódicos regionales, nacionales y de otros países, en correspondencia cruzada entre funcionarios gubernamentales, en Libros de Control, Libros y Cuadernos Copiadores, Archivos privados, Memorias de Ministerios, Gacetas Oficiales, Archivos familiares, y sobre todo en los reportes enviados por Misiones diplomáticas hay información importantísima y desconocida sobre las realizaciones de la Restauración Liberal desempeñando funciones de gobierno
El tiempo crucero entre los siglos XIX y XX sigue siendo sumamente rico para quienes investigamosla Historia venezolana;  por ejemplo, aún queda mucho por saber acerca de la crisis de la economía agropecuariaa finales del siglo XIX en Venezuela, los efectos del asfalto y el petróleo en nuestra vida política y económica, el fin de las guerras civiles y la paz nacional, el reordenamiento administrativo y las nuevas Instituciones, la centralización político-administrativa y fiscal, la creación del Ejército Nacional,  Venezuela en el talonario de las potencias imperialistas ylos riesgos de nuestra soberanía más allá del bloqueo 1902-1903, etc., digo todo esto para relacionarlo con el desempeño de los tachirenses en la administración del gobierno nacional y las cuentas no saldadas todavíapor quienes nos endosan todos los padecimientos del siglo XX.
Aún hay historiadores  con visiones sesgadas, con juicios y prejuicios ya tomados a la hora de inventariar la contribución de los tachirenses en el proceso histórico venezolano, y merman esa contribución y la minimizan contraponiendo las innegables medidas rigurosas y severasque fueron aplicadascomo necesidad ineludible durante la Restauración Liberal para abatir la anarquía, medidas que a la luz del tiempo lucen ineludibles para poner orden en el país que en el mismo siglo XIX fue denominado“cuero seco” por la continua inestabilidad.
Todos sabemos cómo se flageló al General Castro trasla caída de su gobierno,porque no fueun gobernante cómodo para las camarillas políticas que secuestraron la República desde su fundación, tampoco lo fue para los amos del poder financiero cuando la República necesitó de sus caudales en momentos de emergencia, ni lo fue para los propietarios de tierra y comercio cobijados bajo la simbología de la preeminencia socialy beneficiados por vía delictiva con la riqueza fiscal, menos aún para quienes sostienen que el General Castro todos los días despertaba apuntando en un mapamundi con cuál de las potencias del mundo iba a reñir. El General Castro pudo haber sido muchas cosas, pero por sobre todo fue un patriota convencido y decidido sin tomar en cuenta los riesgos.
Aquella Venezuela anarquizada no tenía espacio para un gobernantetimorato que quisiera poner fin a la anarquía política y administrativa erigida en obstáculo para el desarrollo, la producción y los avances de una nación heroicaque había entregado a la causa de la Independencia casi el 30% de su poblacióny ya contaba ochenta años tratando de derrumbar las dificultadescausadas por la vieja clase latifundista, las camarillas políticas y la oligarquía aduanera.
Cada avance que hago en investigaciones sobre el tiempo y dificultades de aquella época, me convencenmás de la colosal tarea que le tocó iniciar al General Castro y a la Restauración Liberal para ordenar y pacificar la República. Era un costo muy elevado para romper el orden establecidodesde el poder político y económico, en el cual la paz era lo ocasional y la guerra lo permanente. No se puede ocultar que fue un costo doloroso y seguramente muchas veces injusto, pero no ni hay espacio para complejos porque no había otra forma de romper con anacronismos de una nación conformada por seis o siete grandes señoríos bajo dominio de viejos caudillos, rebeldes ante la Constitución y la ley. No había otra forma de doblegarlo sino a un alto precio y el General Castro pagó ese costo.
Verdaderamente se tenía que ser audaz, valiente y resuelto para enfrentar a un petrificado bloque hegemónico de poder constituido por camarillaspolíticas estructuradas desde la fundación de la República y renovadas después de la Guerra Federal, que tenían su propia ley porque eran lo estatuido y lo instituido; eran círculos fosilizados para quienes el país era una parte de su patrimonio personal.
Eso lo sabía el General Castro cuando tomó rumbo al centro del país. Conocía bienlos políticosvenezolanos desde 1890 cuando asistió al Congreso como Diputado por la Sección Táchira del Gran Estado Los Andes;de modo que al triunfar en la crucial batalla de Tocuyito, comprendió que se aceleraba la caída de aquella estructuraoxidada. Entonces ganó tiempoesperando mientras se devoraran entre sí los caudillos y esto lo confirmó en Valencia, adonde llegabancon propuestas del Presidente Ignacio Andrade para negociar el cese de la Revolución, pero cada uno le planteaba al General Castro ofertas personalesmuy diferentes, en arteros planes que revelabansu degradación.
Ladiversas propuestas, la jerarquía de hombres y la cantidad de comisiones enviadas por el Presidente Andrade a negociar con el General Castro apostado en las afueras de Valencia y Maracay, expresaban la descomposición de aquel sistema político, porque todos traicionaban al Presidente Andrade y negociaban con el General Castro a título personal, tratando de hacer espacio su lado para derrocarlo después.
El historiador estadounidense William M. Sullivan  -para mí el más completo investigador del General Casto y su tiempo, publicó en 2013 el libro: El despotismo de Cipriano Castro-,  lo reivindica por el coraje mostrado para poner orden al desbarajuste en que se encontraba Venezuela a comienzos del siglo XX. A los pocos días de haber llegado a la Casa Amarilla, Cipriano Castro tuvo que definir quién era el Jefe del poder, él o los viejos caudillos que estaban decididos a controlar el mando como en los pactos acordados con Antonio Guzmán Blanco yJoaquín Crespo, y Don Cipriano tuvo que convivir en un juego de alarga y recoge la cuerda hasta que no dio más.
Entró en muletas a la Casa Amarilla por la lesión sufrida en Tocuyito, con un ejército de leales tachirensesque nada debían a los caudillos tradicionales pero estaban cansados, escasos de armas y desconocían la capital y suentorno. La Caja del Tesoro estaba totalmente vacía y los acreedores reclamaban pagos de abultadas deudas.En esos apremios no pudo ignorar a caudillos y personajes indecentes, logrerosde la políticacon quienes tuvo que formar su primer gabinete: Juan Francisco Castillo (Relaciones Interiores), Raimundo Andueza Palacio (Relaciones Exteriores), José Ignacio Pulido (Guerra y Marina), Víctor Rodríguez (Obras Públicas), Manuel Clemente Urbaneja (Ministerio de Educación), José Manuel Hernández “El Mocho” (Ministerio de Fomento), Julio F. Sarría (Gobernador el Distrito Federal),Celestino Peraza (Secretario de la Presidencia);ninguno de ellos era tachirense ni andino.
Pero además, al General Nicolás Rolando lo nombró en la jefatura Civil y Militar de Guayana, a Alejandro Ibarra en Trujillo, a Ramón Ayala en Coro, a Jacinto Lara en Barquisimeto,a Diego Bautista Ferrer en Maturín,a Esteban Chalbaud Cardona en Mérida, a Gregorio Segundo Riera en Carabobo ya Manuel Modesto Gallegos lo nombró Presidente del Estado Miranda; sin embargo quedaban otros rancios y peligrosos como los Generales Luciano Mendoza, Ramón Guerra, José Antonio Velutini, Diego Colina, Lorenzo Guevara, Domingo Monagas, Zoilo “El Caribe” Vidal, AmábileSolagnie, Antonio Fernández, Pedro y Horacio Ducharne, Ramón Ayala, Alejandro Ibarra, Pedro Julián Acosta, Pablo Guzmán, Francisco Batalla, Francisco Antonio Vásquez y otros a quienes debía colocar en cargos públicos de acuerdo a su jerarquíapara tenerlos cerca, y a los demás ponerlos bajo la mira,  lejos pero vigilados. Sólo a comienzos de diciembre de 1899 nombróal General Juan Vicente Gómez Gobernador del Distrito Federal. Poco tiempo después comenzó a sustituirlos con su gente, con jefes tachirenses, andinosoprobados partidarios suyos.
Hay que comprender esa situación para entender por qué el Programa de “Nuevos hombres…” se postergó.  El Presidente Cipriano Castro tuvo que convivir con sus enemigos a quienes no podía retar hallándose en virtual indefensión, desprovisto de recursos financieros y sin basamento militar.
Los nacionalistas del “Mocho” Hernández  lo asediaron sin descanso desde los días posteriores a Tocuyito cuando negociaba con el Presidente Andrade, y continuaron el acoso cuando asumió el gobierno y formóGabinete ministerial debido a la presencia de liberales amarillos.  El propio General Hernández, a quien puso en libertad inmediato a la toma del poder y lo nombró Ministro de Fomento, renunció a esecargo cuatro días después y se fue a armarle una Revolución.
Por otro lado el General Antonio Paredes lo retaba desde el Castillo de Puerto Cabello, y aquí en el Táchira losGenerales Juan Pablo Peñaloza y Joaquín Corona lo desafiaron hasta comienzos de marzo de 1900 cuando los ahuyentó el General Gómez. Si algo faltaba, en las calles de Caracas se desataban tumultos nocturnos con saldo de heridos y muertos por las burlas y ofensas que continuamentehacíanlos caraqueños a los tachirenses, ya por la forma de hablar o por haber sido ignorados a la hora de repartir cargos, ascensos militares o premios en metálicos, como sífueron beneficiadas las tropas de otros generales ajenos a la Restauradora. “Ni pago andino ni cobro caraqueño” fue la consigna reconocida por el común de la gente como “solución” de aquellos barullos callejeros.
El General Castro determinó por crear en febrero de 1900 una Intendencia General del Ejército destinada a recolectar armas y distribuir suministros de guerra, redujo gastos de gobierno y anunció la necesidad de adquirir acorazados, torpederos, naves de transporte y una flota de veleros auxiliares de vigilancia costera; crear un arsenal,una Escuela Naval y fundar el almirantazgo para formar la oficialidad de la armada venezolana.
Ya decidido a enfrentar al “fiero caudillaje”, envió a Francia al doctor José Cecilio de Castro en agosto de 1900 a comprar armas modernas: 10.000 máuseres de diez tiros cada uno ytres millones de cartuchos que llegaron tres meses después; en diciembre de ese mismo año hizo otra compra de armas: 12 cañones Hotchkiss de 42 mm., y otros 10.000 mil máuseres y dos millones de balas más, y a comienzos de 1901 volvió a adquirir otro equipamiento de armas.
Poco tiempo después trajo a Venezuela el primer ferrocarril artillado y las primeras ametralladoras modernas con las cuales podía enfrentar al caudillaje, pero se armó también con toda la energía necesaria para resistir las presiones de cobro que las potencias anunciaban por deudas e intereses leoninos negociados durante el siglo XIX.
El General Castro encontró una situación financiera  realmente grave que ponía a Venezuela en una condición de deudora insolvente e hipotecada con Bancos extranjeros, Bancos venezolanos, casas comerciales, inversionistas extranjeros, hacendados reclamando  indemnizaciones por atropellos cometidos en distintas revoluciones y usureros venezolanos que exigían elevados pagos inmediatos.
Este es un aspecto penoso de nuestra Historia. La deuda pública comenzó antes que Venezuela existiera como República Independiente. En las últimas décadas del siglo XVIII la corona española pidió préstamos a Bancos flamencos y germanos,  dando como garantía los ingresos fiscales de varios puertos venezolanos; de modo que el 30 de marzo de 1845, cuando se firmó en Madrid el “Tratado de Paz y Reconocimiento” entre Venezuela y España, nuestra nación, urgida de esadeclaración, debió aceptar, según dice el texto de ese Documento: “espontáneamente como deuda nacional consolidable  la suma a que ascienda la deuda de Tesorería del Gobierno español que conste registrada en los libros de cuenta y razón de las Tesorerías de la Capitanía General de Venezuela o que resulte por otro medio legítimo o equivalente”, con lo cual España agregó los intereses no cancelados a sus acreedores durante años, más los gastos realizados por las corona para enfrentar a los patriotas durante los años 1810 a 1821.
Igualmente hay que sumar las deudas de Panamá y Guayaquil agregadas a la deuda de la unióngrancolombiana en 1830 y toda una compleja relación depagos, valores monetarios, aumento de intereses, refinanciamientos, nuevos préstamos y comisionesentre los años 1840 a 1863 cuando se concretó el préstamo de la Federación por millón y medio de libras esterlinas gestionado por Guzmán Blanco.En el centenario del nacimiento del Libertador la deuda llegaba a 115 millones de bolívares, en 1895 eran 177 millones,y ya terminaba el siglo cuando en 1896 el General Joaquín Crespo acordó el humillante préstamo del Disconto de Gesellschaft  por 50 millones de bolívares, de los cuales no ingresó al fisco nacional un centavo porque todo se fue en pago de deudas e intereses atrasados, y sólo sirvió para aumentar la deuda pública nacional.
Esa era la realidad financiera de Venezuela en 1899 cuando llegó Cipriano Castro al poder: endeudada y sin recursos, pero además en descenso los precios del café que bajaron en la Bolsa de Nueva York de 20 dólares por carga en 1896, a ocho en 1898,con la consecuente ruina de los productores y la baja de los ingresos aduanales para el Estado.
Pero además el General Castro padeció la agresividad de las potencias imperialistas de la época que decidieron resolver sus conflictosen el mar Caribe. Alemania buscaba un enclave colonial en nuestro continente para aquilatarsu condición de potencia soslayando la Doctrina Monroe; Estados Unidos se posesionaba de Cuba, Puerto Rico yvarias islas en el Pacífico y mares asiáticos; desmembraba Panamá de Colombia y vulneraba a otros países Latinoamericanos para fijar su dominio, mientras Inglaterra afirmaba susupremacía colonial en el Caribe y el resto del orbe. Detrás estaban Francia y Holanda en una segunda línea con posesiones coloniales en nuestro continente desde siglos anteriores.
Reportes enviados por diplomáticos dejan ver que en para aquellas potencias imperialistas Venezuela era un país de mestizos, ineptos para la vida civilizada, gente bárbara y disoluta, incapaz de gobernarse por sí misma. Los banqueros del Discontode Gesellschaft,beneficiarios del infame préstamo de 1896, proponían establecer una administración internacional como la aplicada en Turquíadesde 1881 cuando se instaló la “Administración de la Deuda Pública Otomana”, (así se llamaba el aparato burocrático con más de cinco mil personas encargadas de recaudar los impuesto para cobrar una deuda superior a cien millones de libras esterlinas),mientras que los Diplomáticos alemanes eran partidarios de una solución tipo Egipto, donde se declaró en 1876 la suspensión de pagos a compañías europeas,y Gran Bretaña lo sometió a Protectorado, aplicando severas medidas económicas y financieras administradas por una Comisión de varias potencias europeas instaladas en un territorioocupado con todas las prerrogativas como agentes coloniales.
A comienzos del siglo XX Alemania tenía cerca de 180 millones de marcos invertidos en Venezuela y en esas condiciones los altos mandos del imperio alemán propusieron a Estados Unidos en 1901 soluciones conjuntas de fuerza, que Washington rechazó en principio, y después le concedió el permiso solicitado porque era, aparentemente, sólo para cobrar deudas, pero principalmente porque implicaba el reconocimiento de Berlín a la Doctrina Monroe. Por eso cuando fueron bloqueadas las costas venezolanas en 1902-1903, la deuda era un problema de forma, lo aparente, y las rivalidades imperialistas, lo de fondo, lo real.
La suma de las deudas reclamadas a Venezuela por las naciones extranjeras no justificaba la costosa movilización inmediata de diecisiete grandes naves de guerra inglesas y alemanas que contaban:acorazados, cruceros, cañoneras, torpederos, buque-escuelay corbetascuya tripulaciónse contaba entre 50 a 437 hombres,con data de construcción no anterior a 1895, mientras la tripulación de los 10 buques de guerra venezolanos variaban de 20 y 100 hombres y habían sido construidos entre los años 1874 y 1895. La capacidad de carga de las naves agresoras variaba de 355 a 11.000 toneladas y las naves venezolanas sólo tenían capacidad entre 17 y 750 toneladas; no digamos las diferencias en los nudos de desplazamientos. Pero hay que agregar cuatro naves italianas incorporadasdos días después, una balandra española y naves de “patrullaje y reconocimiento” estadounidense que vigilaban el no desembarco de hombres, tal como condicionó Washington la acción coaligada de las potencias agresoras.
Creo entender que verdaderamente aquella fue la primera amenaza inusual y extraordinaria contra un país virtualmente desarmado. Por cierto, desde los días del bloqueocuando la Proclama de “La planta insolente…” levantó el fervor patriótico venezolano y se formaron centenares de Juntas Patrióticas que quedaron registradas en Prefecturas del país, nunca, hasta estas semanas pasadas cuando el Presidente Obama emitió el infame Decreto contra Venezuela, nunca más hubo un despertar de la conciencia patriótica por una amenaza imperialista, ni siquiera cuando los submarinos nazis atacaron el barco petrolero “Monagas” durante la Segunda Guerra Mundial.
Bueno, aquel desfile naval en nuestras aguas marítimas era realmente una demonstración de poder naval entre las potencias;cada unoquería mostrar los aprestos disponibles para intimidarsea la hora de enfrentarse o negociar como venía ocurriendoen África, Asia y Oceanía.
Nuestra nación transitó un riesgo grande en esos años. Inglaterra buscaba controlar el Orinocopara penetrar la amazoníapor el norte,asegurar los minerales de la región Guayana e impulsar las inversiones comerciales y financieras que hacia 1908 llegaban a 200 millones de bolívares; Alemania aspiraba tener una base naval en el Caribe, y Estados Unidos procuraba el reconocimiento de la Doctrina Monroe como quedó dicho, para reservar el continente a sus intereses.
Aquellas potencias nada respetaban cuando querían imponer sus leyes. Conocida es la historia del despojo de nuestro territorio Esequibo, cuya “defensa” estuvo a cargo de Estados Unidos por exigencia de las mismas potencias que rechazaban sentarse a discutir con “mestizos incivilizados”. Fue elDiputado General Cipriano Castro, de la Sección Táchira del Gran Estado Los Andes,quien alzó su voz en defensa de la soberanía territorial venezolana durante las sesiones del Congreso de 1890, cuando el propio Ejecutivo evadía tocar el tema. La usurpación de nuestro territorio Esequibo, que quedó sancionada en el inmoral Laudo Arbitral de París en 1899, fue una negociación entre Washington y Londres, y una componenda entre Inglaterra y la Rusia zarista, según dejó testado el Juez ruso y presidente del Tribunal, Federico de Martens.
En octubre de 1899, con cuarenta y un años de edad, cinco meses de campaña y mil kilómetros de travesía, el General Cipriano Castro comenzó a trabajar por lo que hasta entonces era una utopía: la paz nacional. En aquella Venezuela marcada por las guerras civiles la paz era un anhelo en larga espera de casi un siglo. Sí. Cipriano Castro fue quien inició la paz que Venezuela, la paz que cuenta más de cien años, fue él  quien liquidó el caudillismo y las guerras civiles. Veremos cómo lo hizo.
De esto, de cómo Cipriano Castro inició la paz en Venezuela, no se habla y no es casual que así haya ocurrido hasta ahora, porque nunca  las viejas oligarquías del siglo XIX y sus herederos del siglo XX le perdonaron al General Castro  haber liquidado el poder de los señoríos regionales, y menos aún la irreverencia frente a los poderes heredados desde el tiempo colonial.
Han pasado más de cien años de su derrocamiento  y  noventa de su tránsito terrenal, y todavía los valedores de aquellas oligarquías se empecinan en pintar a Cipriano Castro como un Atila, como una bestia parda pero rehúyen adentrarse en los abusos de aquellas camarillas que negaron los derechos ciudadanos al común de gente desde 1830 y se lucraron delictivamente con las atribuciones fiscales.
Actualmente escribo Historia de la Escuela Nacional de Administración y Hacienda Pública, Institución donde tengo la responsabilidad de Coordinar el área de Investigaciones, y esto me ha llevado a internarme en un aspecto que generalmente los historiadores no abordamos porque nos inclinamos más por lo socio-económico, político, militar, religioso, cultural y hasta lo psico-social. Y resulta que el estudio de las finanzas públicas-no como inventario de Memorias  o acumulación de cuentas, sino en su relación con el proceso histórico del país-, es un yacimiento de datos de importancia vital, determinante para comprender nuestra Historia desde otros ángulos; tanto estoy convencido de esto, que me he planteado nuevas metodologías y enfoques en mi oficio docente de la Historia. Me aproximaré a ese aspecto sólo para relacionarlo con el propósito del tema que aquí estoy abordando. Veamos:
Durante gran parte del siglo XIX las oligarquías regionales gozaron de atribuciones constitucionales para crear impuestos, administrar aduanas y recursos fiscales en cada región, pero en condiciones tales que les permitíanlibertades y holgura a la hora de financiar rebeliones o alzamientos. Es decir: las atribuciones fiscales conferidas por la Constituciones eran fuente de financiamiento para las revoluciones, pero aún más, la Constitución de 1893, en el artículo 133 autorizaba a los gobiernos estadales a adquirir armas. Leo ese artículo: “Los Estados tienen derecho de adquirir el armamento que necesiten para su milicia y los elementos de guerra que sean necesarios para su seguridad interior, pudiendo introducirlos del extranjero, libres de todo derecho de importación, y llenando para su introducción, en cada caso, las formalidades que establezca el Código Militar y la ley de Hacienda correspondiente.”
Esa prerrogativapara adquirir armas fue impulsada por las diputaciones estadales; los diputados eran emisarios y cófrades de las oligarquías y asistían a Congresos, llevando catálogos de propuestas que generalmente terminaban en leyes.Esa ley mostraba el poder de las estructuras político-administrativasarraigadasen las regiones venezolanas, pero a los efectos del orden interno del país era un completo desatino, porque irremediablemente, en el caso de las armas, terminaban en manos de caudillos, caciques y gamonalesquienes de ese modo contaban legalmente con pequeños arsenales. De hecho,ser jefe político de una región en aquella Venezuela implicaba contar  con armamento  propio, pero ahora el derecho los favorecía; así fue como “el fiero caudillaje” disgregado al marcharse Guzmán Blanco y anarquizado el Partido Liberal contrael General Crespo, se fue esparciendoen los últimos años del siglo XIX.
Era un auténtico problema legal: atribuciones constitucionales para administrar recursos fiscales y  para adquirir armas; de modo que al llegar Cipriano Castro al poder los caudillos se encontraban fortalecidos en sus señoríos. ¿Cómo hizo Don Cipriano para enfrentar esas dificultades? Ya dijimos que Don Cipriano tuvo que tolerarlos mientras se fortalecía, aunque tenía en cuenta que no todo era poder fáctico, porque faltaba lo jurídico-constitucional.
Cuando el Congreso reformó la Constitución en 1901, hizo transferir al Poder Ejecutivo lafacultad que la Constitución de 1893 le había conferido al Poder Legislativo para “Decretar los impuestos nacionales, crear las aduanas y organizar todo lo referente á ellas”, e hizo suprimirlas atribuciones fiscales que tenían los gobiernos estadales sobre renta y presupuesto, dejándoles la renta a partir de tres fuentes: 1°.- Los tributos cobrados en las Aduanas de la República a título de “impuesto territorial”,  2°.- Las porciones correspondientes a la producción de minas, terrenos baldíos y salinas, cuotas que se entregarían quincenalmente en cantidades según el número de habitantes de cada entidad, que debía ser de sesenta mil personas, en caso contrario serían cifras discrecionales a criterio del Poder Ejecutivo; y 3°.- Lo producido por papel sellado e impuestos de todo lo que no fueran terrenos baldíos;con esas medidas los Estados, digo mejor, los jefes políticos regionales quedaron sin recursos para organizar rebeliones que atentaran contra el poder central, y progresivamente fue sustituyendo a los viejos caudillos de las Jefaturas Civiles y Militares por jefes restauradores o leales a la causa de la Restauración Liberal.
Con esas medidas Cipriano Castro despojó a las oligarquías regionales del poder financiero y las sujetó militar y políticamente. Entonces el tiempo de los señoríos caudillescos comenzó a pasara los cuadernos de Historia y se inició el lento camino a la paz. Continuó en ese proceso y en 1904 la Constitución asignó al Congreso Nacional funciones legislativas hasta entonces ejercidas por los gobiernos estadales,y así avanzó la centralización. Poco a poco la Caja Nacional comenzó a tener la forma que en 1918 le dio la primera Ley de la Hacienda Pública Nacional.
Con habilidad y cautela el Presidente Castro rescató las facultades del Poder Ejecutivo, y cuando apareció el petróleo en las cuentas del fisco nacional, ninguna región pudo contar como suyo los ingresos de hidrocarburos; sólo tenían para sus gastos las porciones que el Ejecutivo mediante presupuesto les enviaba. Los caudillos eran sólo una sombra del pasado y sus patrimonios dependían ahora de la anuencia del Jefe o del contubernio con el Ministro.
Para la historiografía formal el fin de ese tiempo comenzó con la derrota del General Nicolás Rolando en Ciudad Bolívar -último reducto de la Revolución Libertadora-, y el telegrama del General Juan Vicente Gómez felicitando al Presidente Cipriano Castropor el triunfo de las armas nacionalesque ponían fin alas guerras civiles en Venezuela; pero en realidad fue con la eliminación de las facultades de los gobiernos estadales para administrar la renta fiscal,terrenos baldíos, minas, salinas, renta de tabaco y aguardiente; y poco después, en 1905, la primera Ley de Minas estableció que el Poder Ejecutivo era el único autorizado para otorgar concesiones sin requerir la aprobación del Congreso Nacional.
Hay que recordar que fueel Presidente Constitucional Cipriano Castro  quien decretó la creación de la Academia Militar de Venezuela según Gaceta Oficial en julio de 1903 “Para atender -decía el decreto-á la educación militar de las clases que han de constituir el Ejército Nacional…”; era Ministro de Guerra y Marina el General José María García Gómez, del mismo vecindario capachense, como Don Cipriano.
La centralización del poder se concretó poco después cuando se eliminó de la Constitución la antigua y penosa obligación de los presidentes de la República que le ordenaba: “Defender el Distrito Federal cuando haya serios temores de que pueda ser invadido por fuerzas extrañas”. Así comenzó a construirse la paz en Venezuela bajo la Restauración Liberal, lo que vino después fue parte de un ineluctable proceso.
Por encima de la Historia no se puede pasar impunemente…” escribió el Maestro del periodismo venezolano Jesús Sanoja Hernández en el Prólogo a: Cipriano Castro en la caricatura mundial y el mérito de la paz en Venezuela pertenece al General Cipriano Castro.Nos ha costado reivindicarlo y colocar las cosas en su lugar histórico. En el año 2003 llevamos sus restos a ocupar un lugar en el Panteón Nacional para ser honrado como patriota y prócer nacional. Me cupo la satisfacción de ser Secretario Ejecutivo de la Comisión Presidencial en aquella ocasión y ser Orador de Orden en ese Altar de la Patria. En esos días también se utilizó tinta y papel para denostar al General Castro y al acto de justicia que por fin se le rendía. Se buscaron los lados débiles que puede tener cualquier ser humano y hubo prensa caraqueña que difundió notas reprobando el Decreto del Presidente Hugo Rafael Chávez Frías y el Acuerdo de la Asamblea Nacional como impropio porque el General Castro habría sido causante de los peligros por los cuales cruzó nuestra República en su tiempo,falseando la verdad e imputándole pecados de todo cuño, pero repetimos: “Por encima de la Historia no se puede pasar impunemente…”
Dije en el Discurso de inhumación de los restos del General Castro en el Panteón Nacional -y lo sostengo hoy-, que en ese Templo no hay santos, y quien se proponga buscarlos perderá el tiempo; allí se honran hombres y mujeres con los defectos propios del ser humano pero con méritos para ser honrados y el General Castro tiene suficiente créditos como patriota para descansar allí.
Recién llegado victorioso a la capital el “círculo valenciano” lo rodeó para quebrar su constitucionalidad moral mediante convites y juergas nada sanas para un Presidente.Fueron esas las prácticas de las oligarquías a lo largo del siglo XIX para asegurarse el desempeño de casi todos los presidentes mediante adulancias, estatuas, títulos, alcahueterías, corruptelas, etc., y Don Cipriano fue aislado en francachelas non santas.
En este sentido, dice Mario Briceño Iragorry en su Ensayo: “La Traición de los mejores” (1953): “Ningún ejemplo más elocuente presenta nuestra historia que el de Cipriano Castro. Cuando llegó al Capitolio  Federal después de una brillante hazaña de guerra, venía rebosante de ideales y de buenos propósitos. No era Castro, como suele ser pintado, un bárbaro caudillo, unido por ombligo de bejuco a la selva nutricia.  La Cámara de Diputados había oído su voz chillona, cuando el propio Ejecutivo claudicaba en la cuestión Guayana. Lleno de un fogoso espíritu nacionalista, Castro se mostró en el Parlamento por dirigente de una fracción que censuraba la timidez gubernamental. No llegó tampoco como un Caudillo en el plan de imponer a rajatabla una tribu tachirense, (…) pero a poco [tiempo] Castro había sido convertido por la camarilla caraqueña en retablo de todos los vicios…”.
Concluyo esta Conferencia con la dramática apología que escribió José Rafael Pocaterraal saldar cuentas entre pasado y presente, entre odio y perdón al saber el fallecimiento de Don Cipriano. Dijo entonces: “Descanse en paz mi compatriota Cipriano Castro. Mi pluma no volverá a tocarle (…). Descanse en paz el general Cipriano Castro. ¡Es horrible lo que me ocurre! Le odié en vida, le combatí, le clavé en la picota de mis libros; y hoy muerto, desde el fondo de mi sangre venezolana, la admiración a su valor, a su energía, a su inteligencia ¡a haberse hecho a puño propio desde un remoto villorrio perdido en las vueltas de la Cordillera!, sacude mis nervios y cubre su recuerdo con una honrada simpatía, con un deseo absurdo de que no hubiese sido lo que fue para no tener que decir lo que dije… Que Dios haga con él justicia completa, ya que la nuestra es siempre deficiente en la tierra…”.
He venido estudiando a este personaje y su tiempo, y trato de hacer aquí y en esta ocasión, lo que pidió Pocaterra. Con evidencias verificables afirmo que el mérito de haber fundado la Paz en Venezuela pertenece al General Presidente Cipriano Castro.
Estoy muy agradecido de ustedes 
¡¡Muchas gracias!!